
»¿Cuál es la hamburguesa más fea que probaste?» es un pregunta muy capciosa que me hacen todo el tiempo. Soy carnívora por religión, me resulta muy difícil decir que un pedazo de carne entre dos panes y con un montón de ingredientes es FEO. Puede no gustarme la composición o el punto de cocción, o el pan parecerme seco o industrial, o sentir que los ingredientes no combinan bien, pero nunca me crucé con una hamburguesa que no pudiera terminar de comer por la poca gracia que tenía, y todos los que me conocen saben que soy de buen comer.
En un parate autogestionado nos dimos el gusto de ir muy seguido a nuestros locales preferidos, pero después de un tiempo tuvimos que volver al ruedo y la elegida fue Francis Platz. Llegó por recomendación y como todavía no era muy conocida quisimos ser los primeros.
El local queda en una casa reciclada en una esquina de Nuñez. El clima de uno de los primeros viernes de calor del año le servía todo en bandeja para que deslumbrara. Lo primero que noté, y que me encantó, fue el lugar: el ambiente está muy bien pensado para ir con amigos a disfrutar de una buena hamburguesa y una birra. Tiene una mesa larga comunitaria y algunas más chiquitas esparcidas por ahí. Si bien la decoración es bastante filohipster por momentos, hay ciertos detalles muy divertidos.

La especialidad del lugar es clara y concisa: cerveza artesanal y hamburguesas. Hay 7 variedades que no destacan por nada en particular (no hay opción veggie, OJO), excepto porque están hechas 100% de bife de chorizo. Este dato no menor nos intrigó bastante, pero no hay que juzgar antes de tiempo. Otro interesante es que con las papas podés elegir una salsa que todas tienen más o menos buena pinta. Armás el combo con papas y la bebida que quieras y el precio es muy similar al resto de las hamburgueserías que ustedes, avidosos lectores, saben que frecuentamos.
Lauta pidió La Nórdica (queso azul, pepino agridulce, espinaca e hinojo) y yo, fiel a mi misma, La Yankee (cheddar, panceta, cebolla frita, BBQ). Nos movimos al salón principal a esperar el pedido y de a poco me fui adueñando con la mente de ese lugar como futuro punto de encuentro con amigos. Tenía todas las de ganar.
Esperamos un rato parados hasta que se desocuparon un par de lugares en la mesa y nos pudimos sentar. POR SUERTE, porque el pedido tardó 45′ (sí, cuarenta y cinco minutos) y estábamos famélicos. Segundo llamado de atención: una hamburguesería no puede tardar 45 minutos en sacar un pedido, menos aún cuando no está explotado el local. Igualmente le dimos el changui por su inexperiencia.
Finalmente apareció nuestro nombre en una de sus pantallas futuristas y pudimos tener acceso a nuestras hamburguesas. La primera impresión (no se si habrá sido el hambre o qué) fue muy buena. El problema, queridos lectores carnívoros, estuvo cuando dimos el primer mordisco. Y me tomo el atrevimiento de hablar en nombre de mi socio y novio potro ya que su expresión de decepción reflejaba la mía.
No sé por dónde empezar a relatar todo lo que fallaba. Primero voy a ir al pan: muy seco y duro. Los ingredientes no parecían de buena calidad y escatimaban, pero el puñal que se me clavó en el corazón con más fuerza fue el del medallón 100% bife de chorizo. Un medallón mas seco que [insertar metáfora religiosa]. No sólo estaba seco, sino que estaba insípido y cocido por demás. El punto no era el único culpable de la sequedad, sino la materia prima. Las papas, si bien estaban un poco grasosas, fueron con su salsa criolla lo mejorcito de la noche. Nos mirábamos sin poder creer la falta de respeto que estaba teniendo lugar en nuestras bocas. Después de debatir mucho nos permitimos no seguir comiendo esa falacia de hamburguesa.
Bastante angustiados, y ya pensando en dónde podíamos ir a conseguir algún postre que nos repare el alma, le preguntamos a uno de los dueños si era normal el punto en el que sacaban la hamburguesa (mostrándole un pedazo del medallón) y él, muy suelto, nos respondió que sí, que ese era el punto en que solían sacarla, que si queríamos un punto más jugoso deberíamos haberlo aclarado. Horrorizados buscamos como pudimos la salida y nos fuimos a tomar un helado. No sería hasta dos días después que se nos pasaría esta tremenda sensación de herejía.
Me cuesta mucho ser dura y más aún habiendo leído un par de comentario no tan sangrientos como el mío acerca de este lugar. En el fondo de mi corazón guardo la esperanza de que aquella pesadilla haya sido solo un mal día del cocinero que se olvidó mi hamburguesa en el fuego.
Un comentario en “Herejía”